martes, 29 de mayo de 2012

Luis de Góngora: teoría y poemas

            4
            (1580)
            Ciego que apuntas y atinas,
            caduco dios, y rapaz,
            vendado que me has vendido
            y niño mayor de edad:
5          por el alma de tu madre,
            que murió, siendo inmortal,
            de invidia de mi señora,
            que no me persigas más.
            Déjame en paz, Amor tirano,
10        déjame en paz.
            Baste el tiempo mal gastado
            que he seguido, a mi pesar,
            tus inquïetas banderas,
            forajido capitán;
15        perdóname, Amor, aquí,
            pues yo te perdono allá,
            cuatro escudos de paciencia,
            diez de ventaja en amar.
            Déjame en paz, Amor tirano,
20        déjame en paz.
            Amadores desdichados,
            que seguís milicia tal,
            decidme, ¿qué buena guía
            podéis de un ciego sacar?
25        De un pájaro, ¿qué firmeza?
            ¿Qué esperanza, de un rapaz?
            ¿Qué galardón, de un desnudo?
            De un tirano, ¿qué piedad?
            Déjame en paz, Amor tirano,
30        déjame en paz.
            Diez años desperdicié,
            los mejores de mi edad,
            en ser labrador de Amor
            a costa de mi caudal;
35        como aré y sembré, cogí:
            aré un alterado mar,
            sembré una estéril arena,
            cogí vergüenza y afán.
            Déjame en paz, Amor tirano,
40        déjame en paz.
            Una torre fabriqué,
            del viento en la raridad,
            mayor que la de Nembroth
            y de confusión igual;
45        gloria llamaba a la pena,
            a la cárcel, libertad,
            miel dulce al amargo acíbar,
            principio al fin, bien al mal.
            Déjame en paz, Amor tirano,
50        déjame en paz.

   a) BUSCA recursos estilísticos del autor en el poema.
 
L. de Góngora


FÁBULA DE POLIFEMO Y GALATEA

4


Donde espumoso el mar sicilïano

El pie argenta de plata al Lilibeo,

Bóveda o de las fraguas de Vulcano

O tumba de los huesos de Tifeo,

Pálidas señas cenizoso un llano,

Cuando no del sacrílego deseo,

Del duro oficio da. Allí una alta roca

Mordaza es a una gruta de su boca.



5

Guarnición tosca de este escollo duro

Troncos robustos son, a cuya greña

Menos luz debe, menos aire puro

La caverna profunda, que a la peña;

Caliginoso lecho, el seno obscuro

Ser de la negra noche nos lo enseña

Infame turba de nocturnas aves,

Gimiendo tristes y volando graves.



6

De este, pues, formidable de la tierra

Bostezo, el melancólico vacío

A Polifemo, horror de aquella sierra,

Bárbara choza es, albergue umbrío

Y redil espacioso donde encierra

Cuanto las cumbres ásperas cabrío,

De los montes esconde: copia bella

Que un silbo junta y un peñasco sella.



7

Un monte era de miembros eminente

Este que -de Neptuno hijo fiero-

De un ojo ilustra el orbe de su frente,

Émulo casi del mayor lucero;

Cíclope a quien el pino más valiente

Bastón le obedecía tan ligero,

Y al grave peso junco tan delgado,

Que un día era bastón y otro cayado.



8

Negro el cabello, imitador undoso

De las oscuras aguas del Leteo,

Al viento que lo peina proceloso

Vuela sin orden, pende sin aseo;

Un torrente es su barba impetuosa,

Que -adusto hijo de este Pirineo-

Su pecho inunda- o tarde, o mal, o en vano

Surcada aun de los dedos de su mano.



9

No la Trinacria en sus montañas, fiera

Armó de crueldad, calzó de viento,

Que redima feroz, salve ligera

Su piel manchada de colores ciento:

Pellico es ya la que en los bosques era

Mortal horror al que con paso lento

Los bueyes a su albergue reducía,

Pisando la dudosa luz del día.



10

Cercado es, cuando más capaz más lleno,

De la fruta, el zurrón, casi abortada,

Que el tardo otoño deja al blando seno

De la piadosa yerba encomendada:

La serva, a quien le da rugas el heno;

La pera, a quien le da cuna dorada

La rubia paja y -pálida turora-

La niega avara y pródiga la dora.



11

Erizo es, el zurrón, de la castaña;

Y -entre el membrillo o verde o datilado-

De la manzana hipócrita, que engaña,

A lo pálido no, a lo arrebolado,

Y de la encina honor de la montaña,

Que pabellón al siglo fue dorado,

El tributo, alimento, aunque grosero,

Del mejor mundo, del candor primero.




La Fábula de Polifemo y Galatea consta de unos 500 versos repartidos en 63 octavas y recrea un mito relatado en Las metamorfosis del poeta latino Ovidio (poema del siglo I). El pastor Polifemo, que es un cíclope, ama a Galatea, una hermosa ninfa del mar, pero ella no le corresponde. Un día, Galatea conoce a Acis y se siente atraída de inmediato por él. Los dos jóvenes se entregan al amor escondidos tras unas hiedras, pero Polifemo los descubre por azar y reacciona airadamente. Aplasta a Acis con una roca, pero las divinidades marinas, que habían sido aclamadas, transforman la sangre del pastor en agua fluyente que llega hasta el mar. Allí, Doris (diosa del mar y madre de Galatea) lo acoge como nueva divinidad: el dios del río.




La gruta de Polifemo (estrofas 1-6)

Tras dedicarle su poema al conde de Niebla (octavas I-III), Góngora describe el escenario de su historia: un lugar de la costa de Sicilia, isla cuya actividad volcánica se vincula con dos figuras mitológicas: el dios Vulcano y el gigante Tifeo (octava IV). En concreto, Polifemo vive en una oscura gruta rodeada de árboles y poblada de aves nocturnas, donde alberga asimismo a su multitudinario rebaño de cabras (octavas V-VI)

Retrato de Polifemo (estrofas 7-12)

Góngora retrata a Polifemo, gigante provisto de un solo ojo, que usa un pino a modo de bastón (octava VII). Nos recuerda que Polifemo es hijo de Neptuno, el dios del mar, aunque omite que su madre es la ninfa Toosa. El cíclope es equiparado con elementos de la naturaleza: su cuerpo es un monte, su cabello es un río y su barba es un torrente impetuoso (octava VIII). Polifemo lleva un pellico -zamarra- confeccionado con la piel de las fieras que caza (octava IX) y un zurrón lleno de frutas (octavas X-XI), y toca una enorme zampoña -instrumento rústico a modo de flauta- fabricada con cien cañas enormes, cuya horrenda música desconcierta a los animales del bosque y alborota las aguas del mar (octava XII).

Galatea (estrofas 13-22)

Polifemo ama a Galatea, bella ninfa del mar de ojos brillantes, piel blanquísima y mejillas rojizas (13-14). Con sus numerosos encantos, Galatea despierta la envidia de las otras ninfas, el amor de los dioses del mar y la adoración de los hombres de Sicilia (15-22). Sin embargo, no parece dispuesta a corresponder a sus pretendientes.

El amor de Acis y Galatea (estrofas 23-42)

Un día, Galatea se queda dormida a la orilla de una fuente, adonde llega el joven Acis para beber agua (23-24). Acis, bellísimo hijo de un fauno, adora a Galatea, y le deja a modo de ofrenda un cestillo con leche, almendras, manteca y miel (25-27). Cuando Galatea despierta, se pregunta de quién será el regalo (28-29) y, justo entonces, Cupido la hiere en el pecho con una de sus flechas de amor (30-31). Galatea queda así enamorada de Acis, a quien encuentra poco después tumbado en la hierba, con los ojos cerrados, así que interpreta que está dormido, cuando en realidad Acis está fingiendo el sueño (32-37). De repente, el joven se levanta e intenta besarle el pie a Galatea, quien se asusta mucho (38). Al poco, sin embargo, la ninfa cede a los requerimientos de Acis, y los dos jóvenes se reclinan bajo una peña rodeada de frondosas hiedras, donde se besan y se entregan al amor (39-42).

La ira de Polifemo (estrofas 43-63)

Está atardeciendo y, mientras Acis y Galatea disfrutan de su amor, Polifemo sube a la cima de un peñasco que domina la playa y empieza a tocar su zampoña (43-44). Al oír la música, Galatea se asusta tanto que piensa en huir, pero acaba permaneciendo junto a Acis (45). Polifemo entona una canción en que llora el desdén de Galatea, siempre inaccesible a sus galanterías (46-58), e interrumpe de pronto su canto para apedrear a unas cabras que están destrozando unas viñas (59). Algunas piedras caen muy cerca de Acis y Galatea, quienes, asustados, corren hacia el mar (60). Al ver a la pareja, Polifemo sufre un brusco ataque de celos y arroja una enorme peña sobre Acis, quien muere aplastado (61-62). Desesperada, Galatea llama a las divinidades marinas, que convierten la sangre y los huesos de Acis en un cristalino arroyo. El agua avanza hacia el mar, donde es recibida por Doris, madre de Galatea, quien nombra a Acis río de Sicilia.

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