Pues sepa V.M. ante todas cosas que a mí llaman
Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales
de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río
Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre, y fue desta manera. Mi
padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una
aceña, que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de
quince años; y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí,
tomóle el parto y parióme allí: de manera que con verdad puedo decir
nacido en el río. Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi
padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a
moler venían, por lo que fue preso, y confesó y no negó y padeció
persecución por justicia. Espero en Dios que está en la Gloria, pues
el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta
armada contra moros, entre los cuales fue mi padre, que a la sazón
estaba desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de
un caballero que allá fue, y con su señor, como leal criado, feneció
su vida.
Mi viuda madre, como sin marido y sin
abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno dellos, y
vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una casilla, y metióse a guisar
de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de
caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fue
frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de aquellos que
las bestias curaban, vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se
venía a nuestra casa, y se iba a la mañana; otras veces de día llegaba
a la puerta, en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo al
principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el
color y mal gesto que tenía; mas de que vi que con su venida mejoraba
el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de
carne, y en el invierno leños, a que nos calentábamos. De manera que,
continuando con la posada y conversación, mi madre vino a darme un
negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y
acuérdome que, estando el negro de mi padre trebejando con el mozuelo,
como el niño vía a mi madre y a mí blancos, y a él no, huía dél con
miedo para mi madre, y señalando con el dedo decía: "¡Madre, coco!".
Respondió él riendo: "¡Hideputa!"
Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí:
"¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mesmos!"
Quiso nuestra fortuna que la conversación
del Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del mayordomo, y hecha
pesquisa, hallóse que la mitad por medio de la cebada, que para las
bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña, almohazas, mandiles, y
las mantas y sábanas de los caballos hacía perdidas, y cuando otra
cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre
para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni
fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus
devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor
le animaba a esto. Y probósele cuanto digo y aun más, porque a mí con
amenazas me preguntaban, y como niño respondía, y descubría cuanto
sabía con miedo, hasta ciertas herraduras que pormandado de mi madre a
un herrero vendí. Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y a
mi madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado centenario,
que en casa del sobredicho Comendador no entrase, ni al lastimado
Zaide en la suya acogiese.
Por no echar la soga tras el caldero, la
triste se esforzó y cumplió la sentencia; y por evitar peligro y
quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al presente
vivían en el mesón de la Solana; y allí, padeciendo mil
importunidades, se acabó de criar mi hermanico hasta que supo andar, y a
mí hasta ser buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y
candelas y por lo demás que me mandaban.
En este tiempo vino a posar al mesón un
ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para adestralle, me pidió a
mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole como era hijo de un
buen hombre, el cual por ensalzar la fe había muerto en la de los
Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre,
y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano.
Él le respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo sino
por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.
Como estuvimos en Salamanca algunos días,
pareciéndole a mi amo que no era la ganancia a su contento, determinó
irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre,
y ambos llorando, me dio su bendición y dijo:
"Hijo, ya sé que no te veré más. Procura ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto. Válete por ti."
Y así me fui para mi amo, que esperándome
estaba. Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la
entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el
ciego mandóme que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo:
"Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro dél."
Yo simplemente llegué, creyendo ser ansí; y
como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la
mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de
tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:
"Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo", y rió mucho la burla.
Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño dormido estaba. Dije entre mí:
"Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer."
Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza, y como me viese de buen ingenio, holgábase mucho, y decía:
"Yo oro ni plata no te lo puedo dar, mas avisos para vivir muchos te mostraré."
Y fue ansí, que después de Dios éste me
dio la vida, y siendo ciego me alumbró y adestró en la carrera de
vivir. Huelgo de contar a V.M. estas niñerías para mostrar cuánta
virtud sea saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar
siendo altos cuánto vicio.
Pues tornando al bueno de mi ciego y
contando sus cosas, V.M. sepa que desde que Dios crió el mundo,
ninguno formó más astuto ni sagaz. En su oficio era un águila; ciento y
tantas oraciones sabía de coro: un tono bajo, reposado y muy sonable
que hacía resonar la iglesia donde rezaba, un rostro humilde y devoto
que con muy buen continente ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni
visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer. Allende desto,
tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber
oraciones para muchos y diversos efectos: para mujeres que no parían,
para las que estaban de parto, para las que eran malcasadas, que sus
maridos las quisiesen bien; echaba pronósticos a las preñadas, si
traía hijo o hija. Pues en caso de medicina, decía que Galeno no supo
la mitad que él para muela, desmayos, males de madre. Finalmente, nadie
le decía padecer alguna pasión, que luego no le decía: "Haced esto,
hareís estotro, cosed tal yerba, tomad tal raíz." Con esto andábase
todo el mundo tras él, especialmente mujeres, que cuanto les decían
creían. Destas sacaba él grandes provechos con las artes que digo, y
ganaba más en un mes que cien ciegos en un año.
Mas también quiero que sepa vuestra merced
que, con todo lo que adquiría, jamás tan avariento ni mezquino hombre
no vi, tanto que me mataba a mí de hambre, y así no me demediaba de
lo necesario. Digo verdad: si con mi sotileza y buenas mañas no me
supiera remediar, muchas veces me finara de hambre; mas con todo su
saber y aviso le contaminaba de tal suerte que siempre, o las más veces,
me cabía lo más y mejor. Para esto le hacía burlas endiabladas, de
las cuales contaré algunas, aunque no todas a mi salvo.
Él traía el pan y todas las otras cosas en
un fardel de lienzo que por la boca se cerraba con una argolla de
hierro y su candado y su llave, y al meter de todas las cosas y
sacallas, era con tan gran vigilancia y tanto por contadero, que no
bastaba hombre en todo el mundo hacerle menos una migaja; mas yo tomaba
aquella laceria que él me daba, la cual en menos de dos bocados era
despachada. Después que cerraba el candado y se descuidaba pensando
que yo estaba entendiendo en otras cosas, por un poco de costura, que
muchas veces del un lado del fardel descosía y tornaba a coser,
sangraba el avariento fardel, sacando no por tasa pan, mas buenos
pedazos, torreznos y longaniza; y ansí buscaba conveniente tiempo para
rehacer, no la chaza, sino la endiablada falta que el mal ciego me
faltaba. Todo lo que podía sisar y hurtar, traía en medias blancas; y
cuando le mandaban rezar y le daban blancas, como él carecía de vista,
no había el que se la daba amagado con ella, cuando yo la tenía
lanzada en la boca y la media aparejada, que por presto que él echaba
la mano, ya iba de mi cambio aniquilada en la mitad del justo precio.
Quejábaseme el mal ciego, porque al tiento luego conocía y sentía que
no era blanca entera, y decía:
"¿Qué diablo es esto, que después que
conmigo estás no me dan sino medias blancas, y de antes una blanca y
un maravedí hartas veces me pagaban? En ti debe estar esta desdicha."
También él abreviaba el rezar y la mitad
de la oración no acababa, porque me tenía mandado que en yéndose el
que la mandaba rezar, le tirase por el cabo del capuz. Yo así lo
hacía. Luego él tornaba a dar voces, diciendo: "¿Mandan rezar tal y
tal oración?", como suelen decir.
Usaba poner cabe sí un jarrillo de vino
cuando comíamos, y yo muy de presto le asía y daba un par de besos
callados y tornábale a su lugar. Mas turóme poco, que en los tragos
conocía la falta, y por reservar su vino a salvo nunca después
desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido; mas no había
piedra imán que así trajese a sí como yo con una paja larga de
centeno, que para aquel menester tenía hecha, la cual metiéndola en la
boca del jarro, chupando el vino lo dejaba a buenas noches. Mas como
fuese el traidor tan astuto, pienso que me sintió, y dende en adelante
mudó propósito, y asentaba su jarro entre las piernas, y atapábale
con la mano, y ansí bebía seguro. Yo, como estaba hecho al vino, moría
por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni
valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero
sotil, y delicadamente con una muy delgada tortilla de cera taparlo, y
al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame entre las piernas
del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y
al calor della luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba
la fuentecilla a destillarme en la boca, la cual yo de tal manera
ponía que maldita la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no
hallaba nada: espantábase, maldecía, daba al diablo el jarro y el
vino, no sabiendo qué podía ser.
"No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-, pues no le quitáis de la mano."
Tantas vueltas y tiento dio al jarro, que
halló la fuente y cayó en la burla; mas así lo disimuló como si no lo
hubiera sentido, y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como
solía, no pensando en el daño que me estaba aparejado ni que el mal
ciego me sentía, sentéme como solía, estando recibiendo aquellos
dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos
por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que
agora tenía tiempo de tomar de mí venganza y con toda su fuerza,
alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre
mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el
pobre Lázaro, que de nada desto se guardaba, antes, como otras veces,
estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo,
con todo lo que en él hay, me había caído encima. Fué tal el
golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande,
que los pedazos dél se me metieron por la cara, rompiéndomela por
muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día
me quedé.
Desde aquella hora quise mal al mal ciego,
y aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había
holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los
pedazos del jarro me había hecho, y sonriéndose decía: "¿Qué te
parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud", y otros donaires
que a mi gusto no lo eran.
Ya que estuve medio bueno de mi negra
trepa y cardenales, considerando que a pocos golpes tales el cruel
ciego ahorraría de mí, quise yo ahorrar dél; mas no lo hice tan presto
por hacello más a mi salvo y provecho. Y aunque yo quisiera asentar
mi corazón y perdonalle el jarrazo, no daba lugar el maltratamiento que
el mal ciego dende allí adelante me hacía, que sin causa ni razón me
hería, dándome coxcorrones y repelándome. Y si alguno le decía por qué
me trataba tan mal, luego contaba el cuento del jarro, diciendo:
"¿Pensaréis que este mi mozo es algún inocente? Pues oíd si el demonio ensayara otra tal hazaña."
Santiguándose los que lo oían, decían:
"¡Mirá, quién pensara de un muchacho tan pequeño tal ruindad!", y
reían mucho el artificio, y decíanle: "Castigaldo, castigaldo, que de
Dios lo habréis."
Y él con aquello nunca otra cosa hacía. Y
en esto yo siempre le llevaba por los peores caminos, y adrede, por le
hacer mal y daño: si había piedras, por ellas, si lodo, por lo más
alto; que aunque yo no iba por lo más enjuto, holgábame a mí de
quebrar un ojo por quebrar dos al que ninguno tenía. Con esto siempre
con el cabo alto del tiento me atentaba el colodrillo, el cual siempre
traía lleno de tolondrones y pelado de sus manos; y aunque yo juraba no
lo hacer con malicia, sino por no hallar mejor camino, no me
aprovechaba ni me creía más: tal era el sentido y el grandísimo
entendimiento del traidor.
Y porque vea V.M. a cuánto se estendía el
ingenio deste astuto ciego, contaré un caso de muchos que con él me
acaecieron, en el cual me parece dio bien a entender su gran astucia.
Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo,
porque decía ser la gente más rica, aunque no muy limosnera.
Arrimábase a este refrán: "Más da el duro que el desnudo." Y venimos a
este camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y
ganancia, deteníamonos; donde no, a tercero día hacíamos Sant Juan.
Acaeció que llegando a un lugar que llaman
Almorox, al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un
racimo dellas en limosna, y como suelen ir los cestos maltratados y
también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele
el racimo en la mano; para echarlo en el fardel tornábase mosto, y lo
que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, ansí por no lo poder
llevar como por contentarme, que aquel día me había dado muchos
rodillazos y golpes. Sentámonos en un valladar y dijo:
"Agora quiero yo usar contigo de una
liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas, y que hayas
dél tanta parte como yo. Partillo hemos desta manera: tú picarás una
vez y yo otra; con tal que me prometas no tomar cada vez más de una
uva, yo haré lo mesmo hasta que lo acabemos, y desta suerte no habrá
engaño."
Hecho ansí el concierto, comenzamos; mas
luego al segundo lance; el traidor mudó de propósito y comenzó a tomar
de dos en dos, considerando que yo debría hacer lo mismo. Como vi que
él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, mas aun
pasaba adelante: dos a dos, y tres a tres, y como podía las comía.
Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y meneando
la cabeza dijo:
"Lázaro, engañado me has: juraré yo a Dios que has tú comido las uvas tres a tres."
"No comí -dije yo- mas ¿por qué sospecháis eso?"
Respondió el sagacísimo ciego:
"¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas."
a lo cual yo no respondí. Yendo que íbamos ansí por debajo de unos
soportales en Escalona, adonde a la sazón estábamos en casa de un
zapatero, había muchas sogas y otras cosas que de esparto se hacen, y
parte dellas dieron a mi amo en la cabeza; el cual, alzando la mano,
tocó en ellas, y viendo lo que era díjome:
"Anda presto, mochacho; salgamos de entre tan mal manjar, que ahoga sin comerlo."
Yo, que bien descuidado iba de aquello, miré lo que era, y como no vi sino sogas y cinchas, que no era cosa de comer, díjele:
"Tío, ¿por qué decís eso?"
Respondióme:
"Calla, sobrino; según las mañas que llevas, lo sabrás y verás como digo verdad."
Y ansí pasamos adelante por el mismo
portal y llegamos a un mesón, a la puerta del cual había muchos
cuernos en la pared, donde ataban los recueros sus bestias. Y como iba
tentando si era allí el mesón, adonde él rezaba cada día por la
mesonera la oración de la emparedada, asió de un cuerno, y con un gran
sospiro dijo:
"¡O mala cosa, peor que tienes la hechura!
¡De cuántos eres deseado poner tu nombre sobre cabeza ajena y de cuán
pocos tenerte ni aun oír tu nombre, por ninguna vía!"
Como le oí lo que decía, dije:
"Tío, ¿qué es eso que decís?"
"Calla, sobrino, que algún día te dará éste, que en la mano tengo, alguna mala comida y cena."
"No le comeré yo -dije- y no me la dará."
"Yo te digo verdad; si no, verlo has, si vives."
Y ansí pasamos adelante hasta la puerta
del mesón, adonde pluguiere a Dios nunca allá llegáramos, según lo que
me sucedía en él.
Era todo lo más que rezaba por
mesoneras y por bodegoneras y turroneras y rameras y ansí por
semejantes mujercillas, que por hombre casi nunca le vi decir oración.
Reíme entre mí, y aunque mochacho noté mucho la discreta consideración del ciego.
Mas por no ser prolijo dejo de contar
muchas cosas, así graciosas como de notar, que con este mi primer amo
me acaecieron, y quiero decir el despidiente y con él acabar.
Estábamos en Escalona, villa del duque
della, en un mesón, y dióme un pedazo de longaniza que la asase. Ya
que la longaniza había pringado y comídose las pringadas, sacó un
maravedí de la bolsa y mandó que fuese por él de vino a la taberna.
Púsome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual, como suelen
decir, hace al ladrón, y fue que había cabe el fuego un nabo pequeño,
larguillo y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla, debió ser
echado allí. Y como al presente nadie estuviese sino él y yo solos,
como me vi con apetito goloso, habiéndome puesto dentro el sabroso
olor de la longaniza, del cual solamente sabía que había de gozar, no
mirando qué me podría suceder, pospuesto todo el temor por cumplir con
el deseo, en tanto que el ciego sacaba de la bolsa el dinero, saqué
la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en el asador, el
cual mi amo, dándome el dinero para el vino, tomó y comenzó a dar
vueltas al fuego, queriendo asar al que de ser cocido por sus
deméritos había escapado.
Yo fui por el vino, con el cual no tardé
en despachar la longaniza, y cuando vine hallé al pecador del ciego
que tenía entre dos rebanadas apretado el nabo, al cual aún no había
conocido por no lo haber tentado con la mano. Como tomase las
rebanadas y mordiese en ellas pensando también llevar parte de la
longaniza, hallóse en frío con el frío nabo. Alteróse y dijo:
"¿Qué es esto, Lazarillo?"
"¡Lacerado de mí! -dije yo-. ¿Si queréis a
mí échar algo? ¿Yo no vengo de traer el vino? Alguno estaba ahí, y
por burlar haría esto."
"No, no -dijo él-, que yo no he dejado el asador de la mano; no es posible "
Yo torné a jurar y perjurar que estaba
libre de aquel trueco y cambio; mas poco me aprovechó, pues a las
astucias del maldito ciego nada se le escondía. Levantóse y asióme por
la cabeza, y llegóse a olerme; y como debió sentir el huelgo, a uso
de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran
agonía que llevaba, asiéndome con las manos, abríame la boca más de su
derecho y desatentadamente metía la nariz, la cual él tenía luenga y
afilada, y a aquella sazón con el enojo se habían augmentado un palmo,
con el pico de la cual me llegó a la gulilla. Y con esto y con el
gran miedo que tenía, y con la brevedad del tiempo, la negra longaniza
aún no había hecho asiento en el estómago, y lo más principal, con el
destiento de la cumplidísima nariz medio cuasi ahogándome, todas
estas cosas se juntaron y fueron causa que el hecho y golosina se
manifestase y lo suyo fuese devuelto a su dueño: de manera que antes
que el mal ciego sacase de mi boca su trompa, tal alteración sintió mi
estómago que le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la
negra malmaxcada longaniza a un tiempo salieron de mi boca.
¡Oh, gran Dios, quién estuviera aquella
hora sepultado, que muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del
perverso ciego que, si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con
la vida. Sacáronme de entre sus manos, dejándoselas llenas de aquellos
pocos cabellos que tenía, arañada la cara y rascuñado el pescuezo y
la garganta; y esto bien lo merecía, pues por su maldad me venían
tantas persecuciones.
Contaba el mal ciego a todos cuantos allí
se allegaban mis desastres, y dábales cuenta una y otra vez, así de la
del jarro como de la del racimo, y agora de lo presente. Era la risa
de todos tan grande que toda la gente que por la calle pasaba entraba a
ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire recontaba el ciego mis
hazañas que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parecía
que hacía sinjusticia en no se las reír.
Y en cuanto esto pasaba, a la memoria me
vino una cobardía y flojedad que hice, por que me maldecía, y fue no
dejalle sin narices, pues tan buen tiempo tuve para ello que la meitad
del camino estaba andado; que con sólo apretar los dientes se me
quedaran en casa, y con ser de aquel malvado, por ventura lo retuviera
mejor mi estómago que retuvo la longaniza, y no pareciendo ellas
pudiera negar la demanda. Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso
fuera así que así. Hiciéronnos amigos la mesonera y los que allí
estaban, y con el vino que para beber le había traído, laváronme la
cara y la garganta, sobre lo cual discantaba el mal ciego donaires,
diciendo:
"Por verdad, más vino me gasta este mozo
en lavatorios al cabo del año que yo bebo en dos. A lo menos, Lázaro,
eres en más cargo al vino que a tu padre, porque él una vez te
engendró, mas el vino mil te ha dado la vida."
Y luego contaba cuántas veces me había descalabrado y harpado la cara, y con vino luego sanaba.
"Yo te digo -dijo- que si un hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, que serás tú."
Y reían mucho los que me lavaban con esto,
aunque yo renegaba. Mas el pronóstico del ciego no salió mentiroso, y
después acá muchas veces me acuerdo de aquel hombre, que sin duda
debía tener spíritu de profecía, y me pesa de los sinsabores que le
hice, aunque bien se lo pagué, considerando lo que aquel día me dijo
salirme tan verdadero como adelante V.M. oirá.
Visto esto y las malas burlas que el ciego
burlaba de mí, determiné de todo en todo dejalle, y como lo traía
pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego que me hizo
afirmélo más. Y fue ansí, que luego otro día salimos por la villa a
pedir limosna, y había llovido mucho la noche antes; y porque el día
también llovía, y andaba rezando debajo de unos portales que en aquel
pueblo había, donde no nos mojamos; mas como la noche se venía y el
llover no cesaba, dijóme el ciego:
"Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche más cierra, más recia. Acojámonos a la posada con tiempo."
Para ir allá, habíamos de pasar un arroyo que con la mucha agua iba grande. Yo le dije:
"Tío, el arroyo va muy ancho; mas si
queréis, yo veo por donde travesemos más aína sin nos mojar, porque se
estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto."
Parecióle buen consejo y dijo:
"Discreto eres; por esto te quiero bien.
Llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es
invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados."
Yo, que vi el aparejo a mi deseo, saquéle
debajo de los portales, y llevélo derecho de un pilar o poste de
piedra que en la plaza estaba, sobre la cual y sobre otros cargaban
saledizos de aquellas casas, y dígole:
"Tio, éste es el paso más angosto que en el arroyo hay."
Como llovía recio, y el triste se mojaba, y
con la priesa que llevábamos de salir del agua que encima de nos
caía, y lo más principal, porque Dios le cegó aquella hora el
entendimiento (fue por darme dél venganza), creyóse de mí y dijo:
"Ponme bien derecho, y salta tú el arroyo."
Yo le puse bien derecho enfrente del
pilar, y doy un salto y póngome detrás del poste como quien espera
tope de toro, y díjele:
"¡Sus! Saltá todo lo que podáis, porque deis deste cabo del agua."
Aun apenas lo había acabado de decir
cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón, y de toda su fuerza
arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y
da con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con
una gran calabaza, y cayó luego para atrás, medio muerto y hendida la
cabeza.
"¿Cómo, y olistes la longaniza y no el poste? ¡Olé! ¡Olé! -le dije yo.
Y dejéle en poder de mucha gente que lo
había ido a socorrer, y tomé la puerta de la villa en los pies de un
trote, y antes que la noche viniese di conmigo en Torrijos. No supe
más lo que Dios dél hizo, ni curé de lo saber.
RESPONDE
PRÓLOGO.
1.- Explica el significado de la frase del escritor de la antigua Roma Plinio que se
recoge en este prólogo y que afirma que ”no hay libro, por malo que sea, que no tenga
alguna cosa buena”.
2.- El Prólogo adopta un tono de escrito o carta dirigida a alguien que parece ostentar
algún cargo o dignidad relevante. ¿A quién se dirige Lázaro? Localiza la frase y señala
el motivo que le mueve a Lázaro a narrar la historia que refleja la obra.
1.- Explica el significado de la frase del escritor de la antigua Roma Plinio que se
recoge en este prólogo y que afirma que ”no hay libro, por malo que sea, que no tenga
alguna cosa buena”.
2.- El Prólogo adopta un tono de escrito o carta dirigida a alguien que parece ostentar
algún cargo o dignidad relevante. ¿A quién se dirige Lázaro? Localiza la frase y señala
el motivo que le mueve a Lázaro a narrar la historia que refleja la obra.
TRATADO I.
3.- ¿Cuál es el origen familiar de Lázaro?¿Dónde nace? Se ha considerado la historia
del origen familiar de Lázaro como una parodia del origen y nacimiento del
protagonista de la novela de caballerías Amadís de Gaula. Busca información sobre
dicha novela y su protagonista para comprobar las coincidencias. Resume los primeros
años de la infancia de Lázaro.
4.- Lázaro es confiado por su madre a un amo para que le sirva. ¿Quién es? Desde su
población natal se dirige con su amo hasta Salamanca. ¿Qué le hace el ciego a Lázaro
antes de entrar en la ciudad? ¿Por qué? ¿Qué conclusión extrae Lázaro?
5.- Cómo describe Lázaro a su primer amo? ¿Qué cualidades le atribuye?
6.- ¿Qué tiene que hacer Lázaro para sobrevivir?
7.- Comenta las siguientes palabras que en el desenlace del episodio del jarro de vino el
ciego le dirige a Lázaro, mientras le curaba las heridas recibidas:
"Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y
sonriéndose, decía:
"¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud".
8.- Resume el episodio de las uvas y el de la longaniza. ¿Con qué curan a Lázaro los
golpes que recibe?
9.- ¿Cómo acaba su relación con el ciego? Resume el episodio del arroyo. ¿Qué
coincidencias encuentras con el principio de su relación con el ciego?
3.- ¿Cuál es el origen familiar de Lázaro?¿Dónde nace? Se ha considerado la historia
del origen familiar de Lázaro como una parodia del origen y nacimiento del
protagonista de la novela de caballerías Amadís de Gaula. Busca información sobre
dicha novela y su protagonista para comprobar las coincidencias. Resume los primeros
años de la infancia de Lázaro.
4.- Lázaro es confiado por su madre a un amo para que le sirva. ¿Quién es? Desde su
población natal se dirige con su amo hasta Salamanca. ¿Qué le hace el ciego a Lázaro
antes de entrar en la ciudad? ¿Por qué? ¿Qué conclusión extrae Lázaro?
5.- Cómo describe Lázaro a su primer amo? ¿Qué cualidades le atribuye?
6.- ¿Qué tiene que hacer Lázaro para sobrevivir?
7.- Comenta las siguientes palabras que en el desenlace del episodio del jarro de vino el
ciego le dirige a Lázaro, mientras le curaba las heridas recibidas:
"Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y
sonriéndose, decía:
"¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud".
8.- Resume el episodio de las uvas y el de la longaniza. ¿Con qué curan a Lázaro los
golpes que recibe?
9.- ¿Cómo acaba su relación con el ciego? Resume el episodio del arroyo. ¿Qué
coincidencias encuentras con el principio de su relación con el ciego?
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